jueves, 20 de octubre de 2011

EL UL-TIMO HELA-DO (BA-YLI) - TE LO ENVIE EL 21 DE DIC 200-

En mayo del año pasado, en vi­speras de cumplir setenta, mi padre me escribia un correo electronico invitandome a su cumpleaños en un balneario al sur de Lima. Llevábamos años sin vernos ni hablarnos (y una vida o dos jugando una encarnizada partida de ajedrez en la que ambos habí­amos perdido la reina y sabí­amos que era imposible ganar, pero sin querer resignarnos a sellar las tablas). No tuve la nobleza de contestarle aquel correo breve pero afectuoso a su manera. Serí­a su Ultimo cumpleaños en buena forma. No estuve a su lado aquellos dí­as en Paracas. En mayo de este año tampoco lo acompañe ni lo saludé a la distancia. Ya entonces estaba minado por la quimioterapia.
Hace un mes o poco más, informado por mi madre de que su salud se hallaba gravemente deteriorada, fui a visitarlo a la clí­nica. Me costó trabajo golpear la puerta y entrar en su cuarto después de tanto tiempo sin vernos. Sentí­, sin embargo, que era mi deber, que en la hora final lo que correspondí­a era tener un gesto de afecto con él y deponer las hostilidades del pasado. No por culpa de nadie, o por culpa mí­a en todo caso, la nuestra había sido, desde mis primeros recuerdos, una relación trabada por desencuentros, malentendidos y orgullos excesivos, y viciada por la expectativa de que el otro debí­a ser uno distinto del que era naturalmente. Aquel encuentro fue cordial (le di un beso en la frente al entrar y otro antes de irme) y mi padre fue amable y generoso conmigo, pero en algún momento, cuando mi madre hablaba de la televisión, él expresaba ciertos reparos, muy a su manera, sobre mi programa, y dijo que no lo veí­a o que preferí­a no verlo (aunque mi madre lo desmintiá enseguida), y yo escribi­ luego una crónica recreando esa visita cargada de emoción, en la que no pude omitir el momento en que al tomar distancia de ciertas cosas que yo habí­a hecho en televisión. Aunque la crónica era sentida y afectuosa y terminaba rememorando un viaje que hicimos juntos cantando rancheras en su auto cuando era niño, supe luego que le habí­a disgustado o contrariado aquella columna que publique en el periodico, lo que me entristeció.
Hace unos dí­as, mi madre me llamó por teléfono y, con admirable tranquilidad -la paz de los que tienen fe, una paz que siempre me fue esquiva-, me dijo que mi padre querí­a verme, que estaba preguntando por mí­, que debí­a darme prisa porque la situación era grave y le quedaban pocos dí­as de vida. Abrumado por los recuerdos, fui a la clí­nica al dí­a siguiente. Mi padre teni­a la muerte dibujada en el rostro. A duras penas podi­a hablar. Hizo un gran esfuerzo para sostener una breve conversacion conmigo. Se interesó por mis asuntos con una generosidad que me impresiono. Al parecer, estaba orgulloso porque Shakira me habí­a saludado en su concierto en Lima y habí­a dicho que somos amigos. Tambien veí­a con simpatí­a que hubiese apoyado a un amigo suyo en las elecciones a la alcaldí­a de San Isidro. Cuando le conté que tení­a un pequeño problema de salud, se interesó vivamente, me hizo preguntas (ignorando a la enfermera que le pedí­a que no hablase tanto) y me recomendo que me atendiese con un médico amigo suyo. Me impresionó el esfuerzo que hizo para describir tan detalladamente el tratamiento que debí­a seguir para aliviarme de esa molestia. Por eso le dije:
-Que bueno ver que estas tan bien de la cabeza.
Mi padre me guiño el ojo, sonriendo, y dijo:
-El lunes estaré en la casa.
Fue sorprendente que me guiñase el ojo con tanto afecto y picardí­a, como nunca antes lo habí­a hecho. Fue un momento entrañable, que me dejó conmovido y en silencio. A pesar de que su cuerpo estaba casi paralizado por la enfermedad, con solo mover levemente una pestaña me habí­a dicho que todo estaba bien entre nosotros, que no estaba molesto, que tal vez, al final, despues de tantos desencuentros y extravi­os, se senti­a orgulloso de mí­, o al menos en paz conmigo, y que esa secreta complicidad que existí­a entre nosotros cuando me llevaba al colegio y me daba un dinero diciendome que era un fondo de emergencia por si me pasaba algo malo (sabiendo que gastari­a ese dinero en un helado a la salida, una emergencia que se repetí­a cada tarde) y ese pozo de amor que habí­a en su mirada cuando me decí­a   gastate la plata si tienes una emergencia (sabiendo que a la mañana siguiente me dirí­a lo mismo) todavi­a nos une, a pesar de todo.
Poco despues, la enfermera le pidio que comiese algo y él dijo que no tení­a hambre, pero, como ella insistió, él pidió un helado de chocolate y una coca cola. La enfermera recomendó que comprásemos una coca light, pero mi padre me hizo saber con la mirada que preferida la cocacola de verdad. Bajé a la cafeterí­a con Javier, mi hermano, y compramos un helado de fresa, porque no habí­a de chocolate, y dos coca colas, una regular y otra light. Mi padre, por supuesto, bebió la coca cola más fuerte. Cuando mi madre le dio el helado en la boca, no pude evitar pensar cuantos helados le debí­a a papá, cuan  tardí­o e insuficiente era este último helado.
Un dia antes de que muriese, nos quedamos un momento a solas y le pedí­ perdon por no haber podido ser el hijo que él mereci­a. Mi padre ya no podí­a hablar.
El lunes, como él me dijo, volvió a su casa, pero ya estaba muerto. Al dí­a siguiente, en el funeral, me incliní, besí el ataíd y le pedí­ perdón en silencio, por última vez. Ahora, cuando lo recuerdo, lo veo sonriendo, guiñandome el ojo. Así­ lo recordaré siempre.


Escucjhe de muchos sus dotes de escritor, pues no he leido ninguna de sus publicaciones aun.... para aquellos que hemos pasado por los momentos descritos, podemos sentirlo plenamente en cada palabra  y creo que ha sabido transmitir muchos de los sentimientos que personalmente me embargan en deterrminados momentos......Gracias ...es que....estas fiestas, para mi y mis hermanos, son particularmente un poco sensibles, no tanto por el efecto de la navidad sino por lo inesparado de su partida ...chau

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